La Maldición de Dominga: ambición desmedida y sus inevitables consecuencias

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A propósito del caso de la minera Dominga y el reciente fallo del Tribunal Ambiental, resulta inevitable reflexionar sobre la cantidad de figuras políticas que han caído por su vínculo con este controvertido proyecto. La historia de este caso parece sacada de un libro de Mario Puzo o de un museo egipcio: una maldición moderna que no necesita jeroglíficos ni tumbas milenarias para desplegar su halo de fatalidad. Todos aquellos que se han acercado al proyecto minero han terminado envueltos en escándalos, tragedias o prisión.

Si Tutankamón protegía su descanso eterno, el Archipiélago de Humboldt resguarda con fervor su biodiversidad milenaria y su territorio Chango.


La renuncia abrupta de los exministros Rodrigo Valdés (Hacienda) y Felipe Céspedes
(Economía) en 2017, durante la votación del comité de ministros bajo el gobierno de
Michelle Bachelet, marcó uno de los episodios más icónicos de esta historia. Su salida,
cargada de indignación y dramatismo, buscó ejercer presión sobre las decisiones del
gobierno. Sin embargo, la respuesta contundente de la presidenta dejó en evidencia su
desacuerdo, y su partida quedó marcada en la memoria colectiva como una acción que
muchos interpretaron como un acto de deslealtad. Fue el primer gran aviso: el proyecto
Dominga parecía traer consigo un destino ineludible.


Carlos Alberto Délano, dueño y titular del proyecto minero, encarcelado por 42 días y
condenado a presidio con beneficio de libertad vigilada por 4 años, tras el escándalo
de sobornos y financiamiento ilegal de la política. Caso PENTA: una maquinaria para
defraudar al fisco, como lo planteó el ex fiscal Carlos Gajardo.


En dicho caso, hay un capítulo completo de Dominga, donde Délano, jactándose de ser el
mejor amigo de Sebastian Piñera, creyó que con artimañas ilegales podía controlar la
maldición, pero subestimó la fuerza que protege este territorio. Como un arqueólogo
imprudente que desata tormentas de arena y sin ninguna experiencia en minería, Carlos
“Choclo” Délano, terminó enfrentando su propia ruina.


Luis Hermosilla, abogado y estratega de alto perfil, también terminó y se encuentra tras las
rejas, mientras intentaba lidiar con el expediente maldito. Quizá confió demasiado en su
verbo para apaciguar a las fuerzas que protegen al archipiélago, pero lo único que logró fue
confirmar lo que otros ya sabían: El Archipiélago Humboldt no se vende, y si atentas
contra él, pagarás un precio, no económico, exorbitantemente alto.


La lista de víctimas continúa. Pablo Wagner, ex subsecretario de Minería, juraba estar por
encima de la “maldición”. Presionó a su equipo para facilitar la tramitación del proyecto y compartió información confidencial con los dueños de Dominga. Su ambición lo llevó a la
cárcel, destruyendo una reputación que tanto había cultivado. Como un explorador que
toma un “recuerdito” de una tumba sagrada, Wagner subestimó las consecuencias de
perturbar un territorio protegido por algo más que leyes humanas. Parece que en el
Archipiélago de Humboldt, no importa si llegas con pico y pala o con un maletín
repleto de papeles; el destino ya tiene tu nombre escrito.


Incluso, Sebastián Piñera, quien tuvo en sus manos el destino del proyecto. Su relación con
Dominga no solo lo llevó a enfrentar críticas políticas, acusaciones constitucionales y
sociales, sino que parece haber acelerado su encuentro con la eternidad. Aunque la causa
oficial de su fallecimiento no guarda relación con el proyecto, uno no puede evitar
preguntarse si en algún rincón de su testamento dejó escrita una advertencia: “No toquen el
Archipiélago”.


Y así el listado de personajes que han padecido esta maldición es innumerable.
Dominga, un proyecto con apenas 22 años de vida útil proyectada, trasciende la disputa
minera. Es una parábola sobre la ambición desmedida y sus inevitables consecuencias.
Mientras comunidades locales, el pueblo Chango y diversas organizaciones se organizan
para detener su avance, y los empresarios mineros insisten en desenterrar sus tesoros, la
“maldición” sigue cobrando víctimas. Tal como nos enseñaron las antiguas civilizaciones,
hay fuerzas que trascienden al hombre y que, al ser perturbadas, pueden desenterrar mucho
más que hierro o cobre: pueden desenterrar tragedias.


Anhelamos que aquellos osados personajes políticos o de otra índole, hayan aprendido el
mensaje, y sus familias, encuentren y concilien la paz y tranquilidad. Esa misma
tranquilidad que claman y añoran las comunidades y las especies del Archipiélago.


Quizás el verdadero tesoro del Archipiélago de Humboldt no yace bajo tierra, sino en la
lección que nos deja su defensa. Hay lugares que, protegidos por la naturaleza, nos
advierten que el costo de invadirlos puede ser mucho mayor que cualquier beneficio
económico.

Salvemos el Archipiélago
Sir Pingüino Von Humboldt

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